Poesías
Sin poesía la luna es sólo la luna
La Estrella que lleva tu nombre
Sentí que la vida se me iba en un suspira.
En el ignoto ascender de aquel momento.
Y me detuve a porfiar con mis razones.
Porque el corazón me impelía a seguir subiendo.
Y descubrí en la incesante marcha de mis latidos.
Que era de ti la causa de ti mi sustento.
Y me quede allí como un árbol petrificado,
A contemplar los astros del firmamento.
Y de la cima en cumbre en los altos montes,
Entre penumbra y sombra me sentí pleno.
Como un sol radiante que así me asombres.
Como la estrella que lleva tu nombre.
El Legado de Moisés
En la cima de un monte.
En el punto más alto.
Entre espinas y escombros.
Allí quedo.
Lo llamaban Maestro,
Capitán, Padre y Guía.
Paladín, Cabecilla.
Un Emir.
Un Señor.
Con sus ojos oscuros,
Y su frente de hierro.
Una voz tan potente,
Como trueno o cañón.
Unas manos tan nobles.
Un andar tan solemne.
Una vida intachable.
Y un gran corazón.
Defensor de ideales
Y guardián de las puertas.
Un León de la arena.
Un Cordero.
Un Pastor.
Sus vestidos sencillos,
Y su coraza a pedazos.
Mil heridas del tiempo.
Mil respuestas de Dios.
Unos ojos callados,
Y una sonrisa profunda.
Un apretón de manos.
Un estímulo al corazón.
Un amigo entrañable.
Un guerrero incansable.
Un amante de la vida.
Fue un profeta.
Fue un mentor.
Y en la cima de un monte.
En el punto más alto.
Bajo el cielo y sus astros.
Allí nos llamó.
Una antorcha en su mano.
Una espada en el cinto.
Un callado en el suelo.
Unos lentes.
Un ‘‘adiós’’.
Los Nazarenos
Viajero errante de casta noble.
Gastas tus pies sobre la arena.
Dejas al paso semilla buena,
Del Carpintero de Nazaret.
Prestas tus manos y tus rodillas Al evangelio y a tu Señor Llevas las marcas, las cicatrices
Del Carpintero de Nazaret
Siempre entre sombras, tu canto alegre,
En tu jornada, oh peregrino.
Vas entonando tan dulces himnos,
Del Carpintero de Nazaret.
Tú eres la sal, la luz de vela.
Fiero León suelto en la arena.
Llevas a cuestas la cruz serena,
Del Carpintero de Nazaret.
Ardes con llamas apasionadas Frente a los mares en multitud Con la mirada compadecida Del Carpintero de Nazaret.
Siembra con llanto las nuevas buenas.
Toma el arado y lleva tus penas.
Y un día glorioso tendrás coronas
Del Carpintero de Nazaret.
Fue Tan Noble
Fue tan noble su postrer mirar
Como la luz macilenta de una estrella
Y se perdió en un eco su postrer palpitar
En el exiguo instante de aquel silencio.
Y se fueron apagando una a una las velas
Y se miraban pasar una a una las horas.
Y hubo un grito,
Y hubo llanto,
Y las piedras se partieron
Y los muertos de sus tumbas
Al oírlo revivieron.
Pues, fue tan noble sus postrer mirar
Como la luz macilenta de una estrella.
Y tras sus manos hoy se divisan
Un mundo ignoto para sus siervos.
El Misionero
Tomo su arado y alzo su frente Como el sol de un nuevo día Salió llorando, muy bien sabiendo Que jamás regresaría.
Siguió unas huellas por el desierto De un hombre ilustre que se decía Que aquellas huellas en el desierto Eran las huellas del gran Mesías.
Y vio una mano tan horadada Que en el silencio le conducía A los perdidos de aquella patria Que con angustia se lo pedían.
Y fue sembrando por todas partes Dejando surcos por donde iba Y poco a poco fue desgastando Su voz, sus pies y sus rodillas.
Dios Dando La Mano
Fue luz en la penumbra, y arroyo cristalino en el desierto,
Fue quietud y dulzura,
Fue viento fresco en el ardor humano,
Fue Dios dando la mano.
Ave Fenix
Y en último suspiro de aquel corazón heroico que en su propia sangre se revolvía cual ave fénix les prometía que un día de tantos resurgiría de sus hazañas, de sus cenizas y de la muerte.
Y tales palabras como epitafios sobre la tumba quedo grabada en sus memorias para siempre, invisibles, imborrables, indelebles.
Sin darse cuenta, de aquel recuerdo que imborrable permanecía los años habían logrado la imagen del mismo fénix que renacía…
Soñé que el cielo era la tierra
Soñé que el cielo era la tierra. Un día que en medio de la necesidad vi una oportunidad de hacer el bien. Y convertir las calles de polvo en calles de oro por donde transitar.
Soñé que el cielo era la tierra Y que era mí deber disipar los odios de los corazones y sembrar amor. Y diluir las guerras de los fratricidas para que hubiera paz.
Soñé encontrarme con esta tierra como si fuese el cielo que se nos prometió. Y quedar maravillado ante la grandeza de la verdad que nunca vi.
Que toda la basura, el odio y la pobreza que me encontré, era en realidad toda la riqueza, el amor y la belleza que jamás pensé. Era la oportunidad que Dios me daba en el camino para convertir, el cielo en la tierra como el hogar do me tocaba vivir.
Que no había más cielo y que el cielo era Él. Y me pedía que convirtiéramos juntos éste planeta en algo mejor.
Y mientras soñaba que el cielo era la tierra pude entender que debía dejar el mundo un poco mejor de cómo lo encontré, antes que llegase a desaparecer.
Vida Plena
Una estrella sola y
Una luna llena,
Ambas se comparan
A una vida plena.
No se precipitan,
Ni se desesperan.
Solo son pacientes.
Solo sufren penas.
Como un árbol grande.
En profunda selva.
Se suele quedar.
Quieto en su centro.
Con firmes raíces.
Hasta florecer.
Esperando lluvias.
Aguantando soles.
Y viendo pasar.
Lunas y estrellas.
Sobre su cabeza.
Hasta descansar.
Es como los ríos.
Y sus aguas mansas.
Al verle pasar.
Nunca lleva prisa.
Siempre tiene tiempo
Para los demás.
Es como ese lago.
Que se queda quieto.
A la luz del sol.
Muy meditabundo.
Siempre en equilibro.
En su soledad.
Inmaculada Frente
Inmaculada frente que el amor hizo arder con un beso.
Y perpetuo en mi alma la inconfundible forma de su existir.
Que me arrullo sin sombras de sus pesares con beatitud.
Y me canjeo sus dones por mis lamentos en su sufrir.
Hoy no te olvides de mí.
Tú me enseñaste prosas divinas con tu cantar.
Y convertiste piedras en panes vivos para comer.
Como la musa de mis ensueños que me arrullo,
Vives eterna en mis pensamientos y el corazón.
Hoy no te alejes de mí.